RELACIONES SOCIALES


RELACIONES SOCIALES

LA TEORÍA de las relaciones sociales que ha sido delineada con alguna extensión en Transactional Analisis, puede con­cretarse  como sigue.
Spitz ha descubierto2 que los niños pequeños privados del contacto físico durante un largo periodo, tienden a declinar irremisiblemente y están propensos a sucumbir eventualmente a una enfermedad intercurrente. En efecto, esto significa que lo que él llama privación emocional, puede tener un resultado fatal. Estas observaciones dan paso a la idea del hambre de estimulo, e indican que las más favorecidas formas de estímulo son aquellas proveídas por la intimidad física, conclusión no difícil de aceptar sobre la base de la experiencia diaria.
Un fenómeno parecido se observa en los adultos sometidos a la privación sensorial. Experimentalmente, una privación así puede provocar una psicosis transitoria, o cuando menos dar lugar a perturbaciones mentales temporales. En el pasado, la privación sensorial y social tenía efectos similares en indivi­duos condenados a largos periodos de confinamiento solitario. En verdad, el confinamiento solitario es uno de los castigos más temidos aun por prisioneros acostumbrados a la brutali­dad física,3,4 y es ahora un procedimiento conocido para in­ducir a la sumisión política. (A la inversa, la mejor de las ar­mas conocidas contra la sumisión política, es la organización social.5)

En lo biológico, es probable que la privación emocional y sensorial tienda a traer o provocar cambios orgánicos. Si el sistema reticular activador6 del cerebro no es suficientemente estimulado, pueden ocurrir cambios degenerativos en las célu­las nerviosas, al menos indirectamente. Esto puede ser un efecto secundario debido a la nutrición deficiente, si bien ésta, en si, puede ser un producto de la apatía, como en los niños que padecen marasmo. De aquí puede establecerse una cadena bio­lógica que lleva, desde la privación emocional y sensorial, a la apatía, a los cambios degenerativos, y la muerte. En este sentido, el hambre de estímulo tiene la misma relación con la supervivencia del organismo humano, que el hambre de alimentos.

Así, no sólo biológicamente, sino también sicológica y socialmente, el hambre de estímulo es, en muchas formas, para­lela al hambre de alimentos. Términos como mal nutrición, sa­ciedad, gourmet, asceta, artes culinarias, y buen cocinero, son fácilmente transferidos del campo de la nutrición al campo de la sensación. La sobrealimentación tiene paralelo en la sobrestimulación. En ambas esferas, bajo condiciones corrien­tes en que hay suficientes provisiones disponibles y un diverso menú es posible, la elección quedará determinada por la idiosincracia del individuo. Es posible que algunas o muchas de estas idiosincracias estén constitucionalmente determinadas, pero esto no tiene relación  con los problemas que discutimos aquí.
El interés del siquiatra social, en el asunto, está en lo que sucede cuando en el curso normal del crecimiento el niño es separado de la madre. Lo que se ha dicho hasta aquí, puede concentrarse en el "coloquialismo": 7 "Si no te acarician, tu espina dorsal se secará.'" por tanto, cuando el periodo de es trecha intimidad con la madre ha terminado, el individuo se encuentra, el resto de su vicia, enfrentado con un dilema contra el que su destino y supervivencia lo empujan constantemente. Por un lado están las fuerzas biológicas, sicológicas y sociales que se oponen al camino de la intimidad física, al estilo in­fantil; del otro, están sus esfuerzos constantes por conseguirla. En la  mayoría  de  los  casos acaba   por  transigir.   Se  resigna  a más sutiles y aun simbólicas formas de intimidad, hasta que un simple saludo llega a servir, hasta cierto punto, a su pro­pósito, aunque su original anhelo de contacto físico perma­nezca incólume.

Este proceso de transacción puede llamarse en varias for­mas, tales como sublimación; de cualquier modo que se le llame, el resultado es la parcial transformación del hambre de estímulo infantil en algo que puede llamarse hambre de reco­nocimiento. Conforme las complejidades de la transacción au­mentan, cada persona se vuelve más y más individual en su búsqueda de reconocimiento, y son estas diferencias las que prestan variedad a las relaciones sociales y las que determinan el destino del individuo. Un actor de cine puede necesitar cientos de "caricias" semanales de admiradores anónimos para evitar que se "seque su espina dorsal", mientras que un cien­tífico puede conservarse mental y físicamente sano con una "caricia", al año, de un maestro respetado.

"Caricia" puede usarse como término general para el con­tacto físico; en la práctica puede tomar varias formas. Algu­nas personas acarician, literalmente, a un niño; aquéllas lo abrazan o le dan palmadas, mientras otras lo pellizcan juguetonamente o le dan golpecitos con la punta de los dedos. Todas esas formas tienen sus análogos en conversación, así que podría uno predecir cómo trataría un individuo a un niño, con solo escucharlo hablar. Extendiendo su significado, la palabra "caricia" puede emplearse para denotar cualquier acto que implique el reconocimiento de la presencia de otro. Así, caricia puede usarse como la unidad fundamental de la acción social. Un cambio de caricias constituye una transac­ción, la cual es la unidad de las relaciones sociales.

En cuanto se refiere a la teoría de los juegos, lo principal es que cualquier relación social tiene una ventaja biológica sobre la falta de relaciones. Esto ha sido experimentalmente demostrado en el caso de ratas, a través de sorprendentes, experimentos llevados a cabo por S. Levine.8 En ellos quedó demostrado que no sólo el desarrollo físico, mental y emo­cional  era   afectado  por  el   contacto    directo,   sino  también la bioquímica del cerebro y aun la resistencia a la leucemia. Lo significativo de estos experimentos fue que tanto el contacto suave, como los dolorosos choques eléctricos, eran igualmente efectivos para fomentar la salud de los animales.

La valuación de lo que se ha dicho hasta aquí nos anima a proceder entonces con mayor confianza y seguridad a la si­guiente sección.

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